Presentación del libro por su autor

  • admin.milani
Posted: Mié, 2021-05-19 17:13

Presentación de Con la escuela hemos topado. Salamanca 14.5.2021.

Suelen ser otros – amigos del autor, en general – los que presentan sus libros. Pero tampoco está mal que sea su propio padre quien, junto a sus árboles, los dé a conocer. Y más, si no tiene hijos.

Aquí me gusta empezar por deciros que se vislumbra al trasluz de este magno encuentro sobre pastoreo e inclusión social, la España vaciada que empezaba a exportar a sus hijos e hijas a las ciudades, al acabar la escuela obligatoria a los 14 años. Así eran precisamente quienes vivieron en la Casa-escuela Santiago Uno – ahora a punto de cumplir sus primeros 50 años – y también en la Escuela agraria Lorenzo Milani – que ya tiene 40. Así que hay continuidad evidente entre esto de hoy y aquello de entonces: si ahora os presento Con la escuela hemos topado, no traigo un árbol nuevo hecho papel, sino una de sus ramas. No me siento aquí un pegote.

Lo podéis confirmar con otro libro anterior, de mayor éxito que este, y que le gustó mucho a Paulo Freire, el gran maestro brasileño que tanto sabía de la Pedagogía del oprimido, y que escribió un epílogo para nuestros Escritos colectivos de muchachos del pueblo (1979), en definitiva. Allí hay capítulos como “¿Qué quieren nuestros padres de nosotros?” o “Nos volvemos al campo”, donde leer lo que estaba pasando hace cincuenta años: “por ahora, lo único que se logra es vaciar el campo…” (p. 23). Se decían tantas verdades que Televisión Española nos hizo un programa memorable – emitido el 1 de noviembre de 1981 – bajo el irónico título de ¿Trabajar en el campo?, no, gracias. Espero que lo podamos ver juntos durante este cumpleaños que hoy comienza aquí. Pero vayamos al libro.

Aún le falta la polémica

A casi un año de su publicación (el 10 de junio de 2020) se le ha oído poco y, por desgracia, no ha suscitado la polémica que me esperaba. Sobre todo, con las que a sí mismas se llaman Escuelas Católicas. O no han podido leerlo o desprecian mi crítica, que deberían ver como parte de la autocrítica que pidió el papa Francisco a todas las escuelas en su escrito Christus vivit sobre los jóvenes el 25.3.2019 (nn. 221-223). Pero nadie le hizo ni caso y no voy a ofenderme yo por el silencio.

En cambio, muchos católicos se han entusiasmado con otra propuesta reciente del Papa: un pacto global sobre la educación. Interpretan que es un pacto “con los pérfidos socialistas del gobierno” que amenazan a las escuelas concertadas. Cuando al Papa le preocupa el cuidado del planeta desde la escuela y la justicia hacia los pueblos empobrecidos y descartados, como él dice.

Siempre he creído que al discrepante es al que hay que invitar a cenar en vez de ignorarle. No hacerle ni caso se traduce en clamorosos silencios – por muy católicos que sean – y algunos los denuncio en mi libro. Espero que no se le escapen a ningún lector cristiano, sobre todo:

Primero callaron sobre el nº 9 del documento conciliar La gran importancia de la educación (Vaticano II, GE 1965) que explicitaba los tres destinatarios principales de los colegios de la Iglesia: “los pobres, los que se ven privados de la ayuda y del afecto familiar o que no participan del don de la fe”. ¡Nada menos que los pobres, los huérfanos y los no creyentes!, cuando no oiréis más que hablar entre nosotros, como un latiguillo insoportable, del derecho de los padres a dar una educación católica a sus hijos. Y conste, que lo tienen, pero ¿en sus escuelas?

El otro silencio estridente se hizo en torno a un documento de la Santa Sede titulado La escuela católica (1977) que en su párrafo 58 vinculaba con la “lucha de clases” – por primera y única vez, que yo sepa – la enseñanza y escolar. No estarías oyéndome a mí, si no os lo citara hasta de memoria. Es mi firma:

[La Escuela Católica] “en algunas naciones, como consecuencia de la situación jurídica y económica... corre el riesgo de dar un contratestimonio, porque se ve obligada a autofinanciarse aceptando principalmente a los hijos de familias acomodadas. Esta situación preocupa profundamente a los responsables de la Escuela Católica, porque la Iglesia ofrece su servicio educativo en primer lugar a “aquellos que están desprovistos de los bienes de fortuna, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o que están lejos del don de la fe” (Vat. II, GE 9). Porque, dado que la instrucción es un medio eficaz de promoción social y económica para el individuo, si la Escuela Católica la impartiera exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social  ya privilegiada, contribuiría a robustecerla en una posición de ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto” (58).

 

Eso de “una clase social ya privilegiada” se podría ampliar a las “regiones del mundo ya desarrolladas”, como en el Pacto global por la educación del papa Francisco.

Los laicos son en este libro mis lectores preferidos

No digáis que he escrito un libro contra los colegios de curas y monjas – que ya apenas quedan – y encima con ese subtítulo de Teología de la educación. No os falta alguna razón, pero, mientras escribía, tuve siempre delante la Escuela obligatoria y pública y, de por sí, laica, ya sea estatal o privada, por una razón poderosa: porque el proselitismo lo tienen todas prohibido, la instrucción no puede ser ideológica (que ya esconde bastante ideología anónima).

¿No es curioso que a finales del s. XVI fuera José de Calasanz, un cura español en Roma, el inventor de la escuela pública y gratuita para todos? Laica no, porque tal concepto ni existía, pero sí abierta a los de otras religiones, como a los judíos del ghetto romano y, después, a los protestantes de Centroeuropa. A él le debo mi vocación más honda, de la que nunca he dudado.

¿Y no es curioso que el mayor grito de todo el siglo XX a favor de la escuela pública lo lanzaran los chicos de una escuelilla privada como era Barbiana, en lo alto de un monte, junto a su maestro el cura don Milani? A ellos y a él le debemos este cumpleaños.

Pero os hago una confesión

En este libro no he sabido gritar ni tan alto, ni tan claro, a favor de la escuela pública española, la única que llega a todos los rincones donde hay un chico último, porque he tenido miedo: la derecha política y la incauta izquierda, tantos años en el gobierno, no han logrado contener la hemorragia de los ideales y de la eficacia de la escuela pública. Y yo no he querido echar más leña al fuego.

Me da pena que ni siquiera hayan mantenido las plantillas de profesores de un mismo centro durante varios años seguidos: a base de interinos y traslados hay cada año un bailoteo inacabable de maestros, de profesores y de consortes. Parece que a la escuela pública la hayan derrotado ¡los propios sindicatos de enseñantes!, a costa de un alto precio de insatisfacción profesional. ¿Quién paga ahora los psicólogos que hacen falta?, porque cada día hay más niños hiperactivos, tan insoportables como muchos papás de vuelta a exigir el pin parental. Así que las innovaciones didácticas se mueren enseguida y solo arraigan en algunos centros privados. No es raro que muchos enseñantes los prefieran para sus propios hijos, una vez que es libre la elección de centro, no sólo privado, sino público. El caso es que entre la pública y la privada, el abandono y el fracaso escolar en España no baja de un casi 30% (lo midan como lo midan). Un verdadero espanto.

Ya sé que mi quijotesco título – con la iglesia hemos dado, Sancho – hace suponer a muchos que leerán aquí toda esa crítica. Lo siento, pero he preferido ir más al fondo y abrillantar algunos principios básicos. Por eso, el mayor elogio que he recibido es que este libro vale para formar maestros con claridad.

Y además, no os lo vais a creer, pero escribí bajo amenaza de un coronavirus mortal que me suscitó la confesión de verdades, y ¡escritas en tono conciliador! A lo mejor se ha convertido en aburrido.

Hasta llego a invitar al lector laico, y al agnóstico o ateo, a que en Pedagogía lea también el Evangelio: aporta luces a la comprensión del ser humano. Por eso explico con sencillez el Abc de la teología. Como ferviente admirador del papa Francisco y de Pablo VI, sé que el cristianismo no lo es si no nos hace más humanos. Mi sueño es que el Evangelio pueda sonar en medio de la cultura europea en su primitiva lengua laica, no clerical y que se pueda citar al Buen Pastor en un congreso de pastoreo e inclusión social, como este.

Cuatro convicciones y un deseo forman este libro

Quise concentrar en pocas páginas lo esencial del libro y llamé al primero capítulo central. Se lo pasé a algunos amigos y noté que les costaba leerlo: varios de ellos se callaban. Lo recorté mucho, pero no estoy contento, era una quimera: si ya lo digo todo al empezar, ¿qué falta hace lo demás? Y, si los otros capítulos tienen sentido, ¿qué falta hacía decirlo todo junto? ¡A mí me parece todo tan claro…! Podéis empezar hasta por el final. En todo caso:

1. El libro parte de una convicción mía ya muy repetida, pero ahora, urjo al lector a que se pronuncie y diga si está, o no, de acuerdo antes de seguir. Es esta:

  • El Estado carga con la escuela obligatoria para hacer iguales a los ciudadanos en la democracia y compensar las carencias de muchos de ellos.

Lo había dicho muchas veces como síntesis de Carta a una maestra: “nos pagan pa’ el último”. Pero ahora lo veo cada vez más diáfano: los últimos son la razón de ser de la escuela obligatoria.

Las consecuencias de estar o no de acuerdo son enormes y se suelen camuflar bajo otras buenas intenciones que no pueden prevalecer sobre esa. Por ejemplo:

La escuela está para desarrollar las cualidades y competencias de cada cual. ¡Suena muy bien! Pero, a partir de ahí, brota inmediata la escuela competitiva: no hay que juntarse con los más torpes y atrasados. Al contrario, y vengan clases de judo y de guitarra, natación, informática, inglés y todo… ¡Claro!, la escuela es un arma en la lucha de clases, como dijo con elegancia ese documento de la Iglesia de 1977. “Huele a dinero”, nos dijo el papa Francisco un día memorable. El arribismo es tan normal que oculta lo inadmisible: café para todos, pero los más capaces aprovecharán el doble que los desfavorecidos. Cf LP

Que “la mayor injusticia es tratar igual a quienes son desiguales”, se suele maquillar bajo el bien del progreso, de la ciencia, de la excelencia universitaria que han de lograr los mejores, detectados desde pequeños. Pero insisto: eso no le toca a la escuela obligatoria, sino a la enseñanza superior ¡y con becas para los pobres!

Ya sé que la igualdad no llega por bajar el listón de mínimos (aprender a leer, escribir y las cuatro reglas). Además, en cuanto un programa se asoma a la vida, el listón sube de nivel y de edad. Y se extiende también a la FP y a todos los inventos de las Escuelas de Segunda Oportunidad, de las que Santiago Uno fue pionera en España. Para Barbiana lo principal era el dominio de la lengua, que hoy abarca las lenguas extranjeras y la informática y sus derivados:

“cuando todos poseamos el lenguaje, que sigan los arribistas su camino a la universidad… Basta que no podan una mayor tajada del poder”.

2. La segunda convicción raíz (o radical) de este libro impide camuflar la igualdad escolar so capa de que la escuela también está para educar a todos – y, añaden – según la voluntad de sus papás.

¡Qué pena que la democracia española no recuperase el Ministerio de Instrucción Pública, en vez de seguir llamándolo como el franquismo: de educación ¡y nacional! Es un profundo error mezclar instrucción con educación y justificar así que haya escuelas a la carta ideológica de sus propietarios y clientes. No. Lo peculiar de cada escuela ha de ser pedagógico y didáctico y tenemos que afinar mejor qué significa una escuela confesional. De momento, la fe cristiana no es una ideología, ni una forma de pensar, sino de vivir, y no se puede aprovechar la enseñanza escolar para hacer proselitismo – es una forma de abuso – ni se deben apartar unos niños de otros por sus credos religiosos familiares. Me gustaría hablarlo con las escuelas coránicas, judías o budistas, si no son catequéticas.

3. De ahí que la tercera raíz de este libro sea describir el fenómeno humano que llamamos educación (desarrollo personal, madurez…). Como aprendí de Paulo Freire, “nadie educa nadie, sino que nos educamos juntos” – y por eso nuestra revista se llama Educar(NOS) – al afrontar los desafíos de la vida (siempre colectiva). Eso tan natural se verifica a diario en las familias.

            A la fenomenología del crecimiento personal – educación – he dedicado el primer capítulo que llamo auxiliar (completado con el 3º en honor de Freire y de Milani). Creo que es lo más original del libro y se basa en tres elementos básicos de nuestras vidas: los desafíos, nuestras relaciones ¡y los símbolos!  

4. Mi anterior convicción se une con la cuarta, como cristiano, teológica. Dice así: la fe se adquiere y se desarrolla en la vida misma – como la madurez humana. Van en paralelo lo humano y lo religioso.

Pondré un ejemplo: el amor humano es perfectamente laico y natural y, bajo el mismo nombre en castellano, tiene grados (con varios nombres griegos). Pues bien, el amor, no sólo es lo mejor de nuestra humanidad, sino que cobija en sus entrañas lo único divino que podemos hallar en la existencia: rebajarse hasta el otro, perdonar su mal y sus errores y hasta dar la vida por un ser amado es de Dios, porque Dios es amor (I Jn). Un pedagogo que guíe a sus chicos hacia ese amor amplía su mejor humanidad y eso ya es educación, no enseñanza: sucede en la vida, no en las monsergas escolares.

5. De ahí que el quinto sea un deseo: ¿no habrá una forma de instruir y de aprender (lo propio de la escuela) que nos acerque a la vida real y a sus desafíos comunes y que así provoque nuestra madurez humana (o educación)?

Yo palpé exactamente eso en el método de alfabetización de Freire con palabras generadoras sacadas de la vida y del alma de aquellos analfabetos. Y lo palpé, sobre todo, en la Escuela de Barbiana. Por eso lo copié en la Casa-escuela Santiago Uno, cuya historia narro aquí por primera vez y regreso a la España vaciada donde empecé.