Luis Gómez Llorente, hombre de pacto durante la transición política, resultó peligroso para la Iglesia española y, para su PSOE, también. Luego, se quedó casi solo y en tierra de nadie. Como debe ser, como corresponde a los grandes, sean maestros o profetas o, como el “más difícil todavía” de don Milani: ambas cosas juntas. La Iglesia huía de su alternativa socialista a la enseñanza como del diablo. Y el Partido huyó de su izquierdismo republicano y marxista. Y, sin embargo, él hubiera sido el mejor interlocutor con la Iglesia para un pacto de estado sobre la educación; y hubiera sido el cantado ministro socialista de Instrucción Pública, si Felipe González no hubiera preferido a José María Maravall en Educación. El doble impacto de Gómez Llorente sobre Iglesia y Partido impidió un pacto duradero.
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