Año: 2006 , Número: | |
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Inmigración oportuna es nuestro título. ¿Demagógico? ¿lisonjero? ¿optimista? ¿ingenuo?... Elige tú, lector. Pero a grandes males, grandes remedios. Y algo muy grande le ha tenido que pasar por encima a la escuela española para estar tan hecha polvo. Al menos, eso reflejan sus maestras, maestros y profesores todos, además de sus psicólogos y, sobre todo, de la apisonadora que, en el último informe PISA, pisó tan fuerte sobre las cifras del mal llamado fracaso escolar. ¡Sólo nos faltaba, ahora, culpar a los inmigrantes de todo eso!
Ya sabes que Educar(NOS) busca hondo las raíces de esta situación y cree verlas en la confusión entre enseñanza y educación; así como en la manía que tenemos de educar al prójimo (lo que, en cambio, sí es posible cuando le enseñamos). El error está en creer que, si le enseñamos, le educamos. ¡A lo más, lo colonizamos!, pero educarnos es otra cosa.
Por eso no se puede pedir a la escuela que lo haga y lo resuelva todo: la violencia doméstica, los accidentes de tráfico, la droga, el paro, la convivencia intercultural, la sequía ¡y el agujero de ozono! Porque eso no se aprende, es cuestión de relaciones (es decir, de educarnos bien). Y tampoco le podemos pedir a la escuela que eduque ella sola. Entonces, van los padres y madres, cuando se enteran, y se quieren meter en la escuela. (Estorban). O van los maestros, cuando lo comprueban a diario, y culpan a las familias de no mandar ya educados a sus hijos a clase. (¡Qué listos!).
No, no. Nos educamos juntos, nadie educa a nadie. Y los inmigrantes también entran. Entran, hasta antes de venir. Porque nos educamos (juntos), si afrontamos los desafíos de la vida colectiva. Por eso, tenerlos aquí, en el pupitre de al lado, es una oportunidad. Mal vamos en el proceso de nuestra humanización (que no cesa), sin tenerlos a todos ellos en cuenta. Pero la cuenta no sale.
Hay demasiada injusticia y desigualdad en el mundo como para no experimentar aquí el empuje de los inmigrantes. Un empuje igual al volumen desalojado por la injusticia en sus países. Puro Arquímides.
Y, además. Nada hay más claro en este planeta tierra que la desigualdad. Todos somos distintos y diferentes, desde la nariz hasta el fondo del alma. No hay dos iguales para hoy más que en los cupones de la ONCE. Entonces, ¿quién elige las señales de las diferencias? ¿Por qué no pone la marca en altos y bajos, rubios y morenos, hombres y mujeres, guapos y feos…? ¿Por qué va a ser lo discriminante haber nacido aquí o más allá? – Ah, mala suerte. – No, mala leche, si no lo pensamos mejor y, mientras arreglamos la injusticia económica y política, si no arreglamos la injusticia escolar.
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