Leo en el blog http://www.allegramag.com una entrada titulada SINDROME GEPETTO que me parece que viene muy a cuento al tema de Escuela y familia que se trata en el último número de Educar(NOS).
Ahí lo tenéis:
"Hace ya unos años que describí lo que yo he dado en llamar el Síndrome de Gepetto; primero en mi humilde ex-blog, ya difunto, y luego, con un poco más de circunstancia, en “El club de las malas madres”. Por resumir, digamos que califico de Síndrome de Gepetto a la decepción/frustración (en diverso grado) que con frecuencia sufren los padres/madres que creen poder calcular milimétricamente el futuro de su descendencia. O manejarlo cual hacedores supremos. Al igual que le ocurre al padre del mítico personaje de Collodi, los problemas suelen llegar el día que Pinocho cobra vida y comienza a hacer lo que le apetece, que, por lo general, suele ser exactamente lo contrario que tenía en mente su progenitor/a o, en los casos menos dramáticos, algo bien distinto. Hay una importante diferencia entre “desear lo mejor” y “diseñar lo mejor” para un hijo/a. Es parecido pero no es lo mismo.
La idea, al contrario de lo que se pudiera pensar, no se me ocurrió tratando con las familias habituales de mi trabajo como maestro. Ni siquiera con alguna situación similar vivida por amigos o conocidos, no. Debo confesar que la fuente inspiradora de estos desvaríos educativos míos fue la sinpar filántropa Carmen Cervera, baronesa viuda Thyssen-Bornemisza (buscando la ortografía correcta del título me he topado con que tiene una nutrida entrada en la Wikipedia, albricias)
Bien, pues me hallaba yo realizando alguna tediosa tarea hogareña con la radio puesta (es una estampa muy cañí, ahora que lo pienso) cuando al programa que escuchaba –de cuyo nombre no me acuerdo- llamó la susodicha baronesa. Al principio no le hice mucho caso, pero enseguida la dicharachera señora logró captar toda mi atención. Cito de (mala) memoria, pero en resumidas cuentas vino a desgranar la idea de que su hijo había arrojado su futuro, que al parecer era maravilloso, por la borda (de algún yate carísimo, suponemos). Nombró internados elitistas, los mil y un idiomas que supuestamente conoce la criatura, sus variopintas habilidades (pilotar helicópteros, entre otras) para lamentarse de que, al final, todo había sido en vano. Según su versión, se había dedicado al culturismo, a tatuarse, a su novia y a la buena vida. Dicho así la verdad es que tampoco me sonó tan mal, teniendo en cuenta que mientras ella parloteaba yo me hallaba poniendo una lavadora, corrigiendo cuadernos y luchando contra las pelusas que, de forma denodada, suelen empeñarse en vivir conmigo, así que lo de tatuarse, etc. tampoco me pareció tan horrible.
Me llené de sentimientos encontrados. Por un lado, me horrorizó la idea de una madre haciendo pública una situación tan privada. Por otro, de alguna forma podía entender parte de su ¿resentimiento? A veces me paso con mi empatía, lo siento. Y por un tercer lado, agradecí, una vez más, no ser famoso en absoluto, porque la idea de escuchar a mi madre contando por las emisoras de España la frustración que le supone, aun hoy, que yo no haya estudiado una ingeniería me puso los pelos como escarpias. Al menos la mia mamma solo se lo cuenta a las vecinas (y a mí cada vez que me ve).
Los problemas de comunicación paterno-filial (o materno-filial, en este caso) son frecuentes. De hecho, gracias a ellos gozamos de muchas de las obras de Shakespeare, por ejemplo, así que hay que asumirlos como algo que forma parte de nuestra idiosincrasia y que nos cuece al tiempo que nos enriquece. En un plano más deportivo-patrio hemos asistido recientemente al asunto Sánchez Vicario, de tintes similares; similares hasta cierto punto, que Arantxa tiene un talento visible y demostrado, por supuesto. Los pleitos Borja versus mamá además se han recrudecido en los últimos tiempos: ya hay querellas por apropiación indebida de cuadros, que en este caso no son precisamente las escenas de caza con ciervos heredadas de algún pariente, sino un Goya y un Corrado Giaquinto, pintor italiano del siglo XVI. En el universo Thyssen, por cierto, juega un papel muy importante la deliciosa relación nuera/suegra, pero ese drama, quizá más lorquiano que shakespeariano, conviene dejarlo de lado para otro momento.
La conclusión didáctica que podemos extraer del papel couché es bastante obvia: cuando uno educa, educa para la vida y la vida es muy difícil de amaestrar. Podemos proporcionar herramientas, pero no la obra acabada. Nunca se es “propietario” de la persona “educada”, ni como profesor ni como progenitor. Y una última apreciación, esta sí fruto de unos cuantos años observando alumnos de muy distinto tipo y condición: completar la formación de un hijo puede ser gravoso económicamente (pienso en perfeccionar idiomas, destrezas deportivas, artísticas, tecnológicas, etc) pero el dinero por sí solo no soluciona nada. Hay que sembrar, aparte de euros, valores y afectos, y entonces es más que probable que cosechemos entendimiento y formación. Pero si valoramos el dinero como fin e ídolo supremo y encima restregamos el esfuerzo económico realizado, es probable que a cambio solo recibamos… ganas de gastar."
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Comentarios
2 comments postedEn mi etapa como profesor de ajedrez , me encontraba la situación que padre había decidido que su hijo iba vivir de ajedrez.
Las competeciones para el padre son importantisimas y no importa lo que sienta niño. El tiene que decirles las cosas claras y pedirle mayor esfuerzo, en algo que ni siquiera el mismo puede ser tan bien como su hijo.
Al final, el hijo decide dejar el ajedrez y tambien los estudios. Porque como no tenido tiempo para disfrutar de las amistades quiere recuperarlo.
Por tanto, era mejor solución que padre jugara al ajedrez y dejará al niño tranquilo. A lo mejor su hijo hubiera decidido estudiar.
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Cuesta mucho abandonar la idea de que educar es una acción posible que va desde una voluntad humana hasta una masa de barro que acabará siendo una persona... Ni el Creador hizo eso: sólo modeló el barro y luego le insufló "aliento" vital (se trata del Espíritu divino que, según san Pablo, "¿dónde está? - Donde está la libertad", responde.