Con tus propias palabras
“Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos” (1)
Tenía pensado ya el segundo botón de muestra de esta sección, cuando se me han cruzado un par de lecturas pendientes, que no debía demorar más: el libro más reciente de J.L. Corzo, Don Milani: la palabra a los últimos (PPC, Madrid, 2014) y un extenso artículo, también de él, sobre “La Pedagogía de Milani en España e Iberoamérica” (2). Ambos textos, principalmente, el primero, han desplazado el tema previsto tratar para otra ocasión, por el de la palabra, apasionante donde los haya, y asunto central de los mismos.
Las palabras, neutrales y asépticas en sí mismas, adquieren entidad propia cuando las dotamos del significado e intencionalidad, sobre todo de esta última, que queremos comunicar o expresar. Entonces dejan de ser simples signos de elemental información, como, por ejemplo, la que proporciona una señal de tráfico, para convertirse en instrumentos o armas dialécticas, ya sea para argumentar, defenderse o atacar. O, más ampliamente, para narrar, seducir, engañar, persuadir, emocionar, convencer, demostrar, informar, enseñar, explicar, ofender, herir, acusar, confundir, aparentar, manifestar, etc., etc.
Recuerdo, de niño, que en la escuela, incluso en casa, haciendo los deberes, cuando, respectivamente, el maestro, los padres, el hermano mayor o cualquier adulto que pasaba por allí, nos preguntaban la lección y, contentos por saberla, la respondíamos de pe a pa, como loros (“a papagayos” decíamos), entonces ellos, no conformes, sino conscientes de que seguramente no nos habíamos enterado bien de lo que respondíamos, para comprobarlo nos pedían: “Y ahora dilo con tus propias palabras”. Así se aseguraban dos cosas: que habías comprendido lo aprendido de memoria y que sabías explicarlo a los demás, para que lo entendieran. Eso suponía poseer las palabras precisas y adecuadas, por pocas o simples que fueran, y si no se tenían no “salía” la explicación. Nuestro gozo, en un pozo. Entonces nos excusábamos pretextando “Lo sé, pero no me salen las palabras”. Pero no colaba: “Luego no lo sabes, porque te faltan las palabras”, nos contestaban con firmeza. Por tanto, había que buscarlas, encontrarlas y retenerlas para usarlas bien. El diccionario, nuestra principal herramienta, siempre a mano, nos sacaba de dudas. Aunque no tan sencillo como parecía, porque a menudo nos liaba más y nos llevaba de una palabra a otra, en una especie de juego de la oca interminable, que a veces resultaba divertido y otras engorroso o frustrante, ya que la salida se complicaba, no se avanzaba, y en lugar de claridad surgía más confusión aún. “Y qué más da”, decíamos, desesperados. Pero no cabía vuelta atrás. Al final, entre unos y otros, se conseguía la luz. O sea, la lección se aprendía de verdad. ¡Benditos sean los diccionarios!, y quienes los elaboran, siempre estaremos en deuda con ellos.
Al respecto me viene a la memoria una escena simpática descrita magistralmente por el gran Camilo José Cela, en su delicioso Viaje a la Alcarria (3):
“La maestra llama a un niño y a una niña.
- A ver, para que os vea este señor. ¿Quién descubrió América?
El niño no titubea.
- Cristóbal Colón.
La maestra sonríe.
- Ahora, tú. ¿Cuál fue la mejor reina de España?
- Isabel la Católica.
- ¿Por qué?
- Porque luchó contra el feudalismo y el Islam, realizó la unidad de nuestra patria y llevó nuestra religión y nuestra cultura allende los mares.
La maestra complacida, le explica al viajero:
- Es mi mejor alumna.
La chiquita está muy seria, muy poseída de su papel de número uno. El viajero le da una pastilla de café con leche, la lleva un poco aparte y le pregunta:
-¿Cómo te llamas?
- Rosario González, para servir a Dios y a usted.
- Bien. Vamos a ver, Rosario, ¿tú sabes lo que es el feudalismo?
- No, señor.
- ¿Y el Islam?
- No, señor. Eso no viene.
La chica está azarada y el viajero suspende el interrogatorio”.
Evidentemente, a la niña le faltaron sus propias palabras.
Notas:
(1): Emilio Lledó: “Necesidad de la literatura” en Una invitación a la lectura, pp. 11.16, Clásicos del Siglo XX, EL PAÍS, Madrid, 2002.
(2): J. L. Corzo: “La Pedagogía de Milani en España e Iberoamérica”. Ponencia VI Conversaciones pedagógicas de Salamanca: Influencias italianas en la educación española e iberoamericana. USAL, Salamanca, 2014.
(3): Cela, C. J., Viaje a la Alcarria, pp. 127.128, Espasa Calpe, Colección Austral, Madrid, 1979, 11ª edición.
- blog de Alfonso Díez
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Comentarios
1 comment postedFRATO sí que sabe...