Título | Autobiografía |
Tipo de publicación | Journal Article |
Autores | Oria de Rueda, A |
Revista | Educar(NOS) |
ISSN | 1575-197X |
Ejemplar | Los viejos maestros |
Año de publicación | 2009 |
Volumen | 2 |
Páginas | 3-4 |
Número | 46 |
Fecha de publicación | abr-jun/2009 |
Editorial | Grupo Milani |
Lugar de publicación | Salamanca |
Tipo de Artículo | Caso abierto |
Full Text | Autobiografía
A la memoria de Gabriel Esteban,
y a mi madre
Antonio Amalio Oria de Rueda Salguero
1945
Gabriel sale de su pensión, en don Ramón de la Cruz, con tiempo de sobra. El mensaje de Esperanza Serrano, la Rubia, le cita en el Angelito, un bar en Ferraz que los dos conocen de sobra.
Pero hay algo en las tintas como manchas del mensaje, algo en las manchas como nubes que encapotan el cielo. Las nubes de bochorno siempre se parecen al Caudillo. Y el Caudillo, ahora, se deshace en la apostura inquietantemente lejana de Yosif Stalin. Las nubes están manchadas de los ademanes impasibles de aquí y de aquellas otras ganas siniestras de vomitar a tus propios hijos.
Así que, Gabriel, que lleva un año, nueve meses y cinco días en España, desde que entró para hacerse cargo de la secretaría de agitación y propaganda del PCE, no acude a la cita. En su lugar, se va al Retiro, y pasea metido en nubes grises, casi negras, que bajan desde el cielo, se le meten en el pecho y se le suben a la cabeza como en la borrachera que producen los primeros quejidos del desamor.
Por la noche, encuentra otro mensaje, qué te pasó, te espero mañana, te necesito, y es un ‘te necesito’ que resuena en un cuerpo que ya se va apagando para los olores y los calores, pero que sigue conservando cada calor y cada olor, y entonces, los vapores de las nubes negras se hacen olores rojos y sale de casa al día siguiente, es seis de septiembre, y coge el metro en Goya hasta Argüelles, y allí está ella, embutida en un vestidito veraniego que se le pega a Gabriel al cuerpo. Está tan metido en ese cuerpo que se mete en el vestido que no se da cuenta de que hay dos hombres que le están mirando, no quieren perderse la pista de nada. Ahora, la Rubia, Espérame un momento, tengo que recoger unas cosas, no tardo nada.
Cuando se va la Rubia, los dos hombres le encañonan los riñones con un pistolón y lo van empujando al campo de las Calaveras. Saca la cartera, tengo ciento diez pesetas, pero no le hacen ningún caso, estos canallas me van a matar. Entonces, en descampado, Olmedo saca un cuchillo de frutero, y le asesta varias puñaladas junto al corazón que la Rubia ya ha secao. El cuchillo entra y sale silencioso, mientras el otro le apunta con la pistola. Mejor el cuchillo, un cuchillo despista, un cuchillo habla de pendencias de mujeres, algún alma compasiva le lleva a la casa de socorro, y de allí al Hospital Provincial, donde el Profesor muere, horas después.
1899
Gabriel Esteban León Trilla, había nacido en Valladolid. Allí estudió el bachillerato, y después se fue a Madrid, a estudiar Filosofía y Letras. Querer, aprender, enseñar, transformar, contárselo a todos, querer más. En Madrid se llena de vida: se mete en política, estudia ruso y francés, le gusta la música barroca, y la literatura, y trabaja de lo que puede, en el 1933 traduce los Problemas de Pedagogía Marxista, de Fridman, en el Ateneo conoce a Lídia Kúper, una mujer rusa que también había estudiado en la facultad, hay conexión, se enamoran y se casa enseguida con ella.
Ha entrado en el Partido Comunista de España. Con los follones de la República y las tutelas rusas, cae en desgracia y le expulsan del partido. Entra en el PSOE, y en la UGT, en la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza. Aprueba las oposiciones de catedrático de instituto, por francés. Pasa por los institutos Quevedo, de Madrid, y de Calatayud, antes de llegar a Burgos, en el curso 1935-36.
1936
Margarita Salguero tiene catorce años y estudia Bachillerato en el instituto. Le ha costado entrar, porque al abuelo Amalio no le acababa de parecer bien. Ahora, el abuelo, que no es afecto a la República y es oficial de la Guardia Civil, está purgando su desafección en los destinos más peligrosos de Andalucía y Cataluña. Dentro de poco pasará a San Antón y estará a punto de acabar en Paracuellos del Jarama, donde envía Carrillo lo que no quiere. A Margarita, le ha enseñado francés un cura antiguo, sin ninguna ilusión educativa.
Por eso, cuando empieza el nuevo curso, y cae en las manos de León Trilla, el francés se llena de colores. No es solo por el método: sobre todo es por el entusiasmo. Gabriel está volcado en su trabajo educativo. Lo demuestra en cada clase. En sus miradas. En las lecturas. En las ilusiones. En la capacidad misteriosa de llevar a sus alumnas a otros misterios y otras literaturas. Se disfruta. Se comprende. Sobre todo, se habla. Para eso debe servir el francés, digo yo.
Mientras tanto, los falangistas, que salen por la noche para patrullar la ciudad y proteger las iglesias, acosan a Lídia Kúper, por ahí va la rusa, ahí está la rusa, la mujer de León Trilla.
Pero en el Instituto, el francés abre nuevos ojos, nuevos mundos y nuevos misterios. Nuevas formas de asomarse a los demás. Nunca lo olvidará Margarita Salguero. Siempre recordará a León Trilla, hasta setenta y tres años después.
Al finalizar el curso, el Profesor se va a Madrid, de allí a la guerra y de allí, en marzo de 1939, al exilio en Francia.
1955
Han pasado casi veinte años, y Margarita Salguero es profesora de Lengua y Literatura en el Instituto Laboral de Miranda de Ebro. Las aulas de Miranda recogen ochenta alumnos. Contra el desinterés primitivo de todo un sistema, Margarita intenta repetir allí la ilusión que bebió en aquel curso del treinta y seis, de aquel profesor comunista, León Trilla, o de aquella otra que debió de ser nacionalista vasca, Adelaida Urmeneta.
El profesor de Matemáticas es José María Oria de Rueda. Se casan. Dejan el Instituto. Se van a Madrid. El veintisiete de julio de 1963 nace un servidor. Con una buena cabeza. Por lo menos, en lo que se refiere a sus dimensiones físicas.
1969
En un banco en la calle Conde de Peñalver, cerquita de la pensión donde había vivido el Profesor, Margarita enseña a leer a su hijo Antonio. Hay algo en el sol de primavera que va agotando las nubes negras de otros tiempos. Junto a la palabra, enseña el mundo. Y junto al mundo, la emoción de saber, las emociones de aprender.
Otros días y otros bosques darán paso al francés, también. Pronunciado en la boca de la madre, sabe a aquellas ilusiones donde se fraguó, en el Instituto en Burgos.
Las miradas y las ilusiones, que no se parecen en nada a aquel cura que le impartía francés, mientras no les enseñaba nada. Son los ojos y las estrellas de otra época, que nunca más volvió. Se han transportado por encima de los nubarrones como el sol que, aunque no lo veas, sabes que siempre está ahí.
Cuarenta años más tarde sale, con otros rayos, otros rayos que parecen los mismos, en las miradas de los chavales y chavalas en el IES Carlos María Rodríguez de Valcárcel.
1945
De los asesinos nominales, Olmedo y Carranque, de la guerrilla de Cristino García Granda, el régimen daría buena cuenta. El propio Cristino se había negado a ejecutar las órdenes, alegando que él era un revolucionario, y no un asesino.
Así que solo quedan los asesinos reales, tan reales, que acabaron confundiéndose con aquellos que decían atacar. Fueron Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, desde su lejano jardín en Francia. Carrillo le llamaba, despectivamente, el hombre orquesta, dijo de él que no era un niño ni un tonto, y le acusaba, básicamente, de ser un provocador por sus métodos de trabajo. Stalin hablaba por boca de La Pasionaria, cuando le llamaba viejo y experimentado provocador, y le acusaba, con toda falsedad, de entregar a la policía la organización del partido y los guerrilleros.
Así es como la dictadura acabó con la mejor escuela que haya conocido nunca la historia de este puto país. Primero, suprimiendo todo lo que la República había creado. Luego, mandando al exilio o a la muerte a sus protagonistas. Como en una tragedia imposible, aquí, la mano vengadora mezcló a Franco con Stalin y sus monagos.
2009
Son otras nubes, ahora, quizá sean hijas de aquellas, son otras nubes, las nubes de la estulticia y las del capital, las que siguen apretando para que no conozcamos otra época dorada, como la que conocieron nuestros mayores. Las nubes de bochorno ya no se parecen tanto al Caudillo, y la sombra de Stalin es, de puro lejana, poco inquietante. Las nubes que manchan el cielo son las de los institutos de adultos que se cierran, las del fracaso escolar, las de la privatización, las de la creciente oferta televisiva.
Las de un sistema educativo que no preocupa, como entonces a los que, como entonces, saben que sus hijos estudiarán en las mejores escuelas del Reino Unido. Y no ven la tele basura. Que no necesitan bibliotecas públicas, porque las tienen en casa.
En sus estanterías, los libros acumulan polvo, pero no cosechan miradas limpias, ni sonrisas nuevas.
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