Escuela con sentido ¿Hoy?

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El sentido de la escuela. Comentario de Adolfo Palacios

        He leído el último boletín del MEM, dedicado al sentido de la escuela. Cuando se plantea un nuevo boletín, yo creo que es necesario considerar dos cosas: ¿El tema que se va a tratar es algo sobre lo que ya algunas personas, o colectivos, quieran saber y reflexionar, o no hay “demanda”? Y a continuación: Aunque no se perciba demanda del tal tema, ¿vamos a intentar conseguir que algunas personas, o colectivos, perciban ahora su necesidad, de la que nosotros estamos seguros?

    Claro que el tema de El sentido de la escuela siempre va a hallar acogida entre los “milanianos” y allegados, pues ya en origen (Barbiana) la escuela, la escuela institucional, fue fuertemente cuestionada.

    Nosotros podemos tener muy claro el sentido de la escuela (de una escuela generalizada y pública), ya de antemano o tras reflexión; otros tendrán muy claro que la escuela no tiene sentido; otros no dudarán de cuál es el sentido que tiene (aunque no coincida con el nuestro, o incluso se contraponga). Y otros, en fin, tendrán sus dudas, ya desde que tuvieron uso de razón, o bien ahora con motivo de ser preguntados. Y todos ellos pueden ser hermanos criados en una misma familia y haber asistido al mismo colegio, pues la diversidad humana es así, cosa que bien se sabía cuando las familias tenían cinco hijos y se veían las diferencias, ya desde bebés: no solo es que cada uno cuente la feria según le vaya en ella, es que la realidad es distinta para cada uno, y con ello difieren las expectativas y los requerimientos.

    Hay países donde existe un consenso sobre la necesidad de la escuela y sobre sus funciones concretas, existe ese consenso porque las autoridades se han encargado de difundirlo e inculcarlo entre profesionales, familias, e incluso alumnos. Estoy pensando en Finlandia, China o Singapur. Tal consenso –no entro ahora en su valoración- solo es posible, claro, si previamente la cultura de esa sociedad favorece la homogeneidad y los consensos de ese tipo. No es el caso de España, donde reina el batiburrillo (y sin embargo más o menos parece que vamos tirando, o al menos nos mantenemos sin caer en un Estado fallido). En mi propia biografía profesional se da una panoplia de maneras de ver lo que es y ha de ser la escuela; y no solo diacrónicamente, sino también simultáneamente. Con los años y las experiencias fui puliendo mi teoría de la escuela, hasta descubrir, ya próximo a la jubilación, que Gert Biesta había elaborado una visión similar a la mía; me podía haber ahorrado el trabajo. Pero sigo abierto a otras visiones.

    Me parece ingenuo, fuera de la realidad, decir que la escuela ya no tiene que centrarse en conocimientos (supongo que entonces tampoco en habilidades ni en actitudes) y dedicarse a formar ciudadanos críticos y tal, “ya que hoy la tele e internet pueden transmitir mejor los conocimientos”. Tonucci ya evidenció –así me pareció desde el principio- planteamientos adanistas y falta de experiencia en los ámbitos educativos, en algunas de sus viñetas. Además, centrarse en “formar ciudadanos críticos” (voy a resumirlo en ese concepto) no es nada solidario, nada compensatorio, pues suelen ser los niños desfavorecidos los que más difícil tienen el acceso a los conocimientos, por falta de medios (técnicos e intelectuales) y por falta de interés. A esos hay que convencer en primer lugar de la necesidad de una escuela en la que aprendan conocimientos -como, por cierto, no dejó de hacer Milani, aunque también hiciera otras cosas.

    En las “escuelas KIPP” (EE. UU.), donde maestros y alumnos trabajan muchísimo, los maestros no cobran más que el resto de sus colegas en otros colegios; ahí van los voluntarios, sabiendo que no se les va a pagar más por trabajar más. Es un poco “antisindical”, pero es la manera de garantizarse que, al menos de entrada, el personal que ahí trabaje va a estar hecho de otra pasta, que es lo que se necesita. Y en las españolas “comunidades de aprendizaje”, pues lo mismo: hay contratados, que cobran, y luego hay voluntarios, que a lo mejor hacen lo mismo, trabajan lo mismo o más, pero no se van a quejar porque saben que ha entrado ahí por amor al arte. Quiero decir con esto que, para mí, la escuela debería ser ante todo un lugar donde los niños salgan aprendiendo que hay gente dispuesta a partirse el pecho por ellos (al menos durante las horas que fija el contrato), y que eso es importante; es importante que los niños aprendan que aquí estamos todos seriamente para todos, intentando no dejar a nadie atrás, ni por debajo. Pero que las cosas no han de ser gratis por siempre (y eso también hay que hacerlo aprender): que uno no puede pasarse la vida dependiendo de otros, sino labrar su propia autonomía, y demostrar interés por conquistarla. Como cuando los chicos de Barbiana salían al extranjero.

    De todas formas, llevo años pensando que la escuela por sí sola no puede asumir todas las cosas que son necesarias para construir una sociedad y unos ciudadanos. Tendría que existir una institución intermedia, entre la familia y la escuela. Ésta necesita exámenes y notas y títulos, pero tendría que existir otro ámbito, en otros tiempos, que se dedicase, en primer lugar a compensar a los que no llegan al nivel en la escuela, y después a enseñar otros muchos conocimientos, habilidades y actitudes. Y algunas de las materias serían de asistencia obligatoria (como antes la mili), otras de asistencia voluntaria, y unas serían con certificado de asistencia y otras sin certificado, otras con certificado voluntario, otras con calificaciones… Y ahí podríamos meter, también, lo del pensamiento crítico. Pero, por supuesto, un maestro de escuela pública, se plantee oficialmente o no formar ciudadanos críticos, tiene que ser él mismo capaz de cuestionarse las cosas y buscar otro nivel en las investigaciones, en las discusiones, en los resultados. Alguien que está conforme, desde mi punto de vista, no vale para ser maestro. Y si hay algo que siempre perseguí, por encima de mis diversas visiones de la escuela, es tratar de hacer de los niños seres más inteligentes. Aunque ello condujese a que ellos mismos me pusieran en aprietos. No se deben eludir las dificultades.

    Para finalizar, pienso que la escuela tiene que ser capaz de asumir una diversidad, claro que sí, pero también tiene que ser militante en cuanto a un cierto modelo de sociedad; no creo en una escuela “progre”, relativista, multicultural ni cosas de esas. La escuela tiene que ser capaz de buscar las estrategias y el valor para, de vez en cuando, intentar corregir el rumbo de los alumnos, y de las familias, cuando éste diverge o se vuelve en contra de los valores de la escuela, es decir, de los valores que oficialmente sustenta la sociedad que ha generado esa escuela. A un docente, como a un director de colegio, no le puede dar igual cuáles son las ideas, las costumbres, los sentimientos, de las personas que quedan bajo su radio de acción. Y eso se aplica tanto a los inmigrantes como a los propios nacionales, que a veces son los primeros que se muestran incívicos. Es cierto que a la postre nos educamos unos con otros, pero el origen de la escuela está en el Estado, no en los niños ni en los padres, y así debe ser. El mango de la sartén está en nuestras manos, la responsabilidad educativa es de aquellos a quienes pagan un sueldo para ello. Y no debemos sacudirnos esa responsabilidad.

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Posted by Veredas on Lun, 2025-03-17 15:48