Encerrados en casa
Sería mediados de los ochenta del siglo pasado cuando un día cualquiera, tal vez una mañana dominical, leyendo tranquilamente El País, me topé en la sección Tribuna, en la emblemática página 3, exclusiva de intelectuales, con un artículo cuyo título me llamó la atención, y que hoy, tres decenios largos más tarde, en un domingo tan especial, extraño e inquietante, tomo para encabezar este otro mío mucho más modesto, y que tantas cosas me ha evocado. Lo firmaba Paul Virilio, un renombrado urbanista y pensador francés preocupado por la ficción del movimiento y la tecnología, el cual había desarrollado por entonces la teoría sobre lo que llamaba el "modelo de guerra" de la ciudad moderna y la sociedad humana en general, inventando el término 'dromología', que significa la lógica de velocidad, fundamento de la sociedad tecnológica, y de cómo afectan al hombre los nuevos conceptos de tiempo, virtualidad, ciberespacio y modos de comunicación.
Pues bien, en dicho artículo Virilio aludía especialmente al individualismo urbanita tan en boga de aquellos años, fomentado por el diseño de viviendas confortables y tecnologizadas que servían de refugio y aislamiento del ciudadano moderno, especialmente de los yuppies (jóvenes ejecutivos urbanos). Un estilo de vida donde el éxito profesional, el dinero, el gusto por el consumo sibarita, la ropa, las propiedades, etc., conforma una imagen que lo es todo, de modo que a partir de las nuevas tecnologías audiovisuales el individuo podría convertirse en el protagonista de su propia película. O sea, podría ser la celebridad, tener sus minutos de gloria mediática, como la tenían de siempre los ídolos cinematográficos, musicales o deportivos, pero ahora enlatada para verla y contemplarla cuando lo deseara. Y ese afán protagonista pedía más público, más presencia y difusión, ya sin rubor alguno a exponerse plenamente, lo que originó la aparición de los llamados realitiy show. Lo que años más tarde, en 1997, Giovanni Sartori (1924-2017) denominó como "homo videns", en un polémico ensayo del mismo título acerca de la influencia social negativa de los medios de comunicación, en especial, la televisión, sobre la ciudadanía.
Al respecto, de esos años recuerdo, entre muchas otras espléndidas, las columnas de Vázquez Montalbán (“Yuppies”) o de Rosa Montero (“La arruga es bella”), y las de tantos otros escritores que nos deleitaban con su frescura y agudeza la última página del periódico como las de Manuel Vicent, Juan José Millás, Vicente Verdú, etc., dejándonos un agradable sabor de boca después de tantas noticias nacionales e internacionales desagradables, cansinas, trágicas, deprimentes… e informaciones áridas y opacas la mayoría de las veces. Columnas que utilizábamos para nuestros cursos milanianos y ejercicios prácticos sobre La prensa en el aula, también de gran actualidad en aquella excitante época de los primeros gobiernos socialistas, en plena lucha por la renovación pedagógica.
Hoy, sin embargo, nuestro confinamiento doméstico no se debe, precisamente, al individualismo y los motivos hedonistas que caracterizaron los años de la postmodernidad, la movida madrileña, el auge del diseño, el colorido y las ansias de libertad expresados en las primeras películas de Almodóvar, sino a causas más peligrosas y tangibles, por entonces impensables. Si bien es cierto que después de pandemias como la de 1918, la mal llamada “gripe española”, las guerras víricas siempre han estado presentes en la imaginación humana, entre las ideas destructivas de los Estados, con el fin de inventar armas biológicas de terribles efectos letales con las que aniquilar a los enemigos, reales o ficticios.
Y, en fin, que nos coge desprevenidos, sin experiencia ni preparación para cumplir normas sencillas de entender, pero difíciles de llevar a cabo, porque somos seres sociales, gregarios, que necesitamos la interrelación, la proximidad y el contacto, justamente lo que se nos prohíbe por el bien común y para neutralizar al enemigo invisible, del que apenas se conocen más que sus graves y hasta mortales efectos. Una larga, dura e inesperada prueba de inciertos resultados, pero que exige de todos serenidad, disciplina y responsabilidad. Superarla nos hará, sin duda, mejores personas y ciudadanos. Y, bueno, hay cantidad de películas maravillosas para ver, libros pendientes por leer y cosas por contar “encerrados en casa”. Así que no hay mal que por bien no venga...
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Comentarios
2 comments postedMe pregunto dos cosas, Alfonso:
Si es verdad que "nos educamos juntos haciendo frente a los desafíos colectivos" ¿cómo saldremos de este desafío colectivo tan evidente, que parece de libro? He terminado de escribir el que tenía entre manos con este párrafo:
Lo termino confinado en casa por el coronavirus y es imposible calcular qué traerá de positivo semejante desafío (educativo) que zarandea nuestro desdén ante el destino, la falta de respeto a la Naturaleza, la avidez por el desarrollo, el goce de la buena vida, la seguridad social y sanitaria, la estabilidad económica y laboral, el decoro con los mayores, la flojera religiosa, huir del sufrimiento ajeno, ignorar a los alejados… Quién sabe si nos educaremos con este virus y nos haremos más humildes, naturalistas, racionales, austeros, cautelosos, pobres, cariñosos, creyentes, compasivos, cultos… Y si, a partir de ahora, no seremos más chinos y menos yanquis y europeos. Tal vez, más humanos.
Pero la otra pregunta es peor: ¿Y si tuvieran razón los que sospechan de una guerra bacteriológica provocada, contra China, contra Irán... y contra europeos como la Italia de "la seda", por una superpotencia que no quiere ceder su puesto, como es USA? No doy detalles, pero no se puede descartar este nuevo armamento tan "virulento" como el clásico y el atómico. Es mucho más barato y muy, pero que ¡muy nocivo!
Ah, eso sí, con efectos búmeran en Yankilandia. Mejor no salir de casa
Gracias, Corzo, por tu jugoso comentario.