RESEÑA BLIBLIOGRÁFICA: Capdevila, Carles (2016), Educar mejor: once conversaciones para acompañar a familias y maestros, Arcadia, 208 pp.
ACOMPAÑAR
Eso, «acompañar». Porque es el verbo clave, la palabra mágica, idónea, precisa, de este librito, pequeño en tamaño, pero muy grande en contenido. Otro botón de muestra más, entre tantos, de que la buena pedagogía no necesita de voluminosos tratados – a menudo auténticos “tochos” de una jerga reiterativa que podría reducirse a la mitad- para explicar con pasión y claridad lo obvio, lo natural, lo sensato y lo inteligente, sin dejar por ello de apoyarse en criterios rigurosamente científicos ni caer en intuiciones y conceptos educativos poco fiables.
Lo he leído varias veces y he recurrido a él en no pocas ocasiones, convirtiéndose también, junto a otros, en un modesto libro de cabecera o de consulta ocasional, no para tomar datos, sino para refrescar ideas, recuperar entusiasmo, nutrirse de humor y alegría, y armarse de estrategias sencillas y de mucho sentido común. Es un libro de conversaciones gratificantes, “una invitación al debate” sereno, agudo, y optimista acerca de la educación y sus problemas, como bien aclara en la hermosa introducción “En tan buena compañía”, su autor, Carles Capdevila, periodista, escritor, guionista, humorista y productor de televisión, fallecido prematuramente en 2017 a los 51 años, víctima de un cáncer.
Conversaciones amables, inteligentes, constructivas, vivas, apasionantes, con once prestigiosos profesionales de la pedagogía, la psicología, la enseñanza, la sociología, la literatura y la filosofía de reconocida trayectoria profesional. Confieso que de los once entrevistados (Carme Thió, Jaume Cela, María Jesús Comellas, Jaume Funes, Eva Bach, Gregorio Luri, Mariano Fernández Enguita, Joan Manuel del Pozo, Roser Salavert, José Antonio Marina y Francesco Tonucci) por Carles sólo conozco -por sus libros, artículos, conferencias y entrevistas- a cinco, pero todos ellos aportan útiles e interesantes reflexiones y estrategias pedagógicas desde su larga experiencia profesional. Aún así, sin desmerecerlas en absoluto, lo que me queda del libro son esas ideas que el autor adelanta en la introducción citada y que, de una forma o de otra, son corroboradas por todos ellos. A saber:
- Que, efectivamente, no hay nada más transformador o renovador como hablar positivamente y con entusiasmo de la labor educativa, desdramatizándola, quitándole ese manto de transcendencia y seriedad. Educar exige, ineludiblemente, de un optimismo realista, lúcido, convencido y esperanzador.
- Nada de recetas pedagógicas ni de fórmulas brillantes o soluciones mágicas. La tarea, por el contrario, ha de ser conjunta, investigadora, disciplinada, generosa, solidaria y arriesgada como caminar por el filo de la navaja y sin red.
- La pasión por la enseñanza, por la educación, prestigiando la labor docente, apoyando al profesorado y facilitando la participación activa, colaboradora, de los padres, de manera que entre unos y otros se perciban trabajando codo a codo en el mismo barco y misma dirección .
- La dialéctica, la conversación, para profundizar en los temas, para escudriñar e iluminar la realidad y propiciar el nacimiento de la verdad.
- Amar lo que hacemos, el preciado tesoro que tenemos en nuestras manos, con el obsesivo afán de querer hacer las cosas bien, de no fallar por indiferencia, irresponsabilidad o desidia.
- Y, sí, naturalmente, volviendo al principio, qué término más acertado y precioso, tanto que extraña no haber sido acuñado por más renombrados pedagogos. Me refiero al verbo «acompañar», no sólo al alumnado, sino también a los padres y al profesorado, pero “a cierta distancia”, precisa Carles, con respeto, porque no se trata de estar encima o arrastrar a nadie ni de vigilar, imponer, controlar o fiscalizar, sino de caminar juntos, de la mano, estar al lado; apoyar, dar confianza, orientar, corregir, estimular, alentar, motivar, abrir horizontes, ofrecer oportunidades y, en fin, propiciar el crecimiento personal en comunidad.
En definitiva y el fondo, se trata de educarse juntos, como hemos aprendido de Freire y Milani, cuya influencia, aunque no se los nombre, se siente a lo largo de todas y cada una de las conversaciones.
Alfonso Díez
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