La tragedia de Génova ha removido en todos nosotros viejas preguntas que también se hizo una vez el joven Lorenzo Milani. A lo mejor nos ilumina su lectura.
El derrumbe de un puente peruano en la conversión del joven Lorenzo Milani
“Fue una vez más Adele Corradi quien me puso sobre la pista de otra anécdota anterior [relativa a la conversión religiosa], que es a mi juicio, la más importante. Dice que don Lorenzo había leído una novela corta de Thornton Wilder, premio Pulitzer 1928, titulada The Bridge of San Luis Rey[1]. En ella fray Junípero, un fraile peruano, reconstruye una a una las vidas de las cinco víctimas provocadas por la caída (en 1714) de un viejo puente inca de cañas y lianas. Como quien deshace una maraña de hilos – y en un estilo delicioso – el autor se va encontrando con la trama tupida de un tejido armonioso y completo, debido a que cada una de las muertes más parece haber sido guiada por el amor, que por el acaso. Simple maraña o entramado auténtico, según el punto de vista, religioso o no, que se posea.
“Fray Junípero – dice el autor – creía que hacía ya tiempo que a la teología le había llegado el momento de tomar asiento entre las ciencias exactas y desde hacía mucho tiempo estaba decidido a acomodarla allí (…) O estamos vivos fortuitamente y fortuitamente morimos, o vivimos según un plan y según un plan morimos (…) Le había faltado hasta aquel día un laboratorio (…) La destrucción del puente de San Luis Rey era un mero acto de Dios y ofrecía un laboratorio perfecto. Por fin, podía el hombre sorprender Sus intenciones en estado puro (…) El fruto de tanta diligencia fue un enorme volumen públicamente quemado una hermosa mañana de primavera en la plaza principal (…) Algunos sostienen que nunca entenderemos que, para los dioses, somos como las moscas muertas por los niños en los días de verano. Otros dicen que hasta los pájaros no pierden una pluma sin que el dedo mismo de Dios se mueva para hacerla caer”.
Este testimonio de la conversión, aparte otras anécdotas más conocidas, me parece cargado de sentido, porque, unido a su búsqueda en el arte, encierra una convicción milaniana muy profunda y siempre difícil para los teólogos [Esto es:]
“La historia la dibuja Dios y no nosotros, y lo único que ambiciono es comprender su diseño a medida que lo realiza; no ambiciono quitarle el lápiz de la mano y tratar de convertirme en autor de la historia”[2].
No cabe duda: el aprendiz de pintor cayó en la cuenta de que el verdadero Artista dibujante es Otro y que él mismo está dentro de su dibujo. De pintor ha pasado a verse pintado y teme estropear su pintura y hacer el ridículo en ella. La dificultad teológica de esta afirmación – Dios autor de la historia humana – estriba en saber evitar el quietismo espiritualista; hay quien confía a Dios la responsabilidad de nuestro tiempo humano y se lava las manos al margen de los acontecimientos. Nada más contrario a la mentalidad milaniana.
Su mérito consiste en haber unido su responsabilidad con la de Dios mediante la coherencia con los acontecimientos de la historia: él quiere estar siempre “entonado” con cualquier eventualidad, como dijo a su madre diez años antes. Es decir, aparecer en el diseño de Dios realizado por los hombres, en su sitio, sin desentonar. Y la forma de lograrlo es estar a tono con los acontecimientos y situaciones de los demás hombres, que se convierten para él en un desafío existencial y voz de Dios. Su desafío principal fueron los pobres, los preferidos por el Dios de Jesús. En la pared de su escuela, escrito con letras grandes, estaba “el lema intraducible de los mejores jóvenes americanos”, que marca precisamente toda su pedagogía: “I Care, me importa, es cosa mía. Exactamente lo contrario del lema fascista: me ne frego” (como explicó a sus jueces en 1965).
Con esa decisión – ante Dios – de vivir en cohesión con los pobres puede permitirse el lujo de no arrebatarle el lápiz y vivir tranquilo, al tiempo que
“combativos hasta la última gota de sangre y a costa de hacerse relegar a una parroquia de 90 almas en la montaña y hacerse retirar los libros del comercio…” (Ib., 20.5.1959).
J.L. Corzo, Don Milani. La palabra a los últimos (PPC, Madrid 2014) 29-32.
[1] T. Wilder, Il Ponte di S. Luis Rey, Arnoldo Mondadori, Milano 1964.
[2] L.Milani a un sacerdote della Spezia 20.5.1959.
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