UN TESTIGO DE BARBIANA el 22 en MADRID

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UN ASPECTO de los ASISTENTES a la JORNADA del 22 nov 2014

Se hacía una lectura colectiva de un acto teatral de Barbiana escrito por Alfonso Díez Prieto de Salamanca:

Posted by admin.milani on Vie, 2015-01-02 14:32
UNA CARTA en papel ECO de la JORNADA del 22

29 noviembre 2014

Amigos milanianos,

escribo esta carta para agradeceros el taller de Madrid y también para, de algún modo, continuarlo. Hoy apenas se escriben cartas. La tristeza actual de los buzones podría ser tema para un cuento de Rodari. Quizás las cartas pertenezcan ya a otro mundo. O tal vez no. Don Lorenzo era un artista del género. Sabía de qué manera una carta moviliza tanto la razón como el corazón, de quien la escribe y de quien la lee. Tal vez por eso su pensamiento se expresó en cartas y pedía a los chicos que las escribieran, cuando estaban en Barbiana y cuando salían de viaje.

Una carta supone una manera de entender la persona, el pensamiento, la lengua y la relación humana.  La carta implica una manera de entender el mundo. Hay gente ilustre que ha reflexionado al respecto y, tal vez, éste podría ser el tema de una de vuestra revistas. Pero, ahora, lo que a mí me gustaría plantear es hasta qué punto ese mundo oculto en el simple hecho de escribir una carta ya ha pasado. Para ello, me perdonaréis si antes hago un breve rodeo.

Creo que Milani, junto a otros pedagogos que salieron en nuestra conversación, como Freire o Illich, pertenece a la raza de los profetas del siglo XX. Profetas, porque denunciaban el mal y anunciaban el bien. Pedagogos, porque hablaban de la palabra.

El buen pedagogo y el buen profeta se parecen porque nos hacen ver lo esencial. Milani nos lleva también a lo principal. Y este movimiento de ir a lo que de verdad importa, hoy es muy de agradecer. La opulencia es traidora y el bosque no nos deja ver las raíces. Los buenos nos ayudan a quitar lo superfluo y a pensar en lo que nos sostiene. En el caso de Milani, está muy claro: la palabra.

La palabra que decimos y también la que escuchamos, de cerca y de lejos. Pienso ahora en aquellas palabras antiguas que nunca pasan y que siempre están esperando que alguien las haga suyas y vuelva a decirlas. Quizás sea ésta otra marca de los grandes: han asumido una larga y compleja tradición, sin la cual nuestro lenguaje y nuestro mundo no serían los que son. La escuela debería conservar y transmitir esa tradición, con toda su fuerza, su belleza y su vigencia. Por eso matizaría la crítica a la educación bancaria, que tan bien describió Paulo Freire.

Hay quien entendió que esa crítica a la escuela que sólo trasvasa información era una licencia para el espontaneismo o el emotivismo. Me parece un error. Los pedagogos que he mencionado conocían la alta cultura europea y creían que debía ponerse al alcance de todo el mundo, lo cual requería esfuerzo y estudio. Pero como maestros, sabían que esa cultura estaba muerta si no se encarnaba en alguien que pudiera contagiarla en una relación personal  y, por lo tanto, que tuviera en cuenta a quién se habla. Este es, para mí, el oficio de maestro.

Milani quería que aquellos campesinos de la Toscana dijeran bien el mundo y para ello discutía con ellos la Apología de Sócrates. Hizo eso y muchas otras cosas, pero ahora simplifico porque ese cruce de lo más antiguo y lo más humilde, me parece genial. Creo que la mejor manera de hacer justicia a ambos es acercándolos.

Aquel era el mundo en el cual Milani hacía que sus alumnos escribieran y leyeran cartas. Entre líneas meditadas, aquellos jóvenes campesinos y obreros iban haciéndose conscientes de su dignidad. Pero aquél aún era un mundo de oficios y valores tradicionales, en el mejor sentido del término. Lo cierto es que en los últimos cincuenta años, Occidente ha sufrido cambios tan profundos que casi podemos hablar de mutaciones culturales.  

La primera mutación la supo ver uno de los lectores de Carta a una maestra, el poeta, escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini (Léanse, por ejemplo, sus Cartas luteranas o sus Escritos corsarios, concretamente, El artículo de las luciérnagas). Los años sesenta supusieron, para Pasolini, la expansión de una mentalidad pequeño-burguesa que reducía los ideales humanos a la acción de consumir. La sucesión de modas y mercancías de los 60 y 70 había de arrasar con un mundo que podía ser injusto o provinciano pero que permanecía unido a la tierra y a un profundo sentido común. Aquél mundo antiguo podía ser brutal pero era consciente del misterio de las cosas simples y de este modo conservaba su belleza.

Sin embargo, a pesar de toda la tontería que nos invadió con el consumismo, aún se escribían cartas. Creció la clase media y muchos de nosotros pudimos estudiar (y trabajar), descubriendo autores y teorías importantes. A trancas y barrancas, fuimos entendiendo que una cultura cívica, que procura discutir los asuntos, así como un Estado de Derecho, que asegura las libertades y ciertos servicios básicos, no son moco de pavo. De estas y otras cosas, hablábamos en nuestra correspondencia.

La segunda mutación es aún más arrolladora. Alessandro Baricco, por citar otro autor italiano, la ha descrito en Los bárbaros. Es un cambio a nivel planetario, evidente en el plano de la información y del entretenimiento. También, en el de la economía. Esta transformación está acabando con la clase media y con su mentalidad. Por lo visto, si eres joven en la actualidad, aunque estudies, te mates a trabajar y seas honrado, las cosas no tienen por qué irte bien. Y todo sucede a una velocidad tal, que parece que no haya tiempo para sentarse a escribir cartas.

Podría continuar por aquí y dar por sentado que la capacidad de ordenar ideas y sentimientos, de pensar en el lector, de hacer buena letra … ya pertenece al pasado. Como si el ejercicio espiritual que supone una carta fuera impensable dada la infinita oferta de estímulos que llegan a través de las pantallas. Lo cierto es que ante tanta información, cuesta ver el sentido. Posiblemente, la palabra como información no es la palabra como sentido. Pero sospecho que este juicio, algo catastrofista, puede ser parcial. Al hacernos mayores, cabe el peligro de ver como malas las cosas que simplemente nos desconciertan. Estamos inmersos en este cambio y nos falta perspectiva. Sin embargo, ¿qué podemos decir, como maestros? A fin de cuentas, esta segunda mutación está afectando aquello que Milani consideraba fundamental, el lenguaje y, posiblemente, con ello, la relación personal.

Está claro que hay gente que nos dejó antes de tiempo. Milani fue uno de ellos. ¿Qué hubiera dicho de estas dos mutaciones? Me gusta pensar que hubiera sabido ir a lo esencial. Para un maestro, lo esencial debería estar muy claro: la persona que tiene delante, su peripecia y la verdad. Aunque suene pretencioso, el lenguaje es el lugar donde los seres humanos nos encontramos con el sentido y la verdad. ¿Cómo hubiera entendido don Milani la relación de estos términos en nuestros días? Sin duda que el tema daría para mucho y espero que haya ocasión en el futuro de continuar la conversación que empezó el sábado 22 de noviembre (2014) en Madrid.

Cordialmente, Alfons Garrigós (Llinars del Vallés. Barcelona)

Imagen de corzo
Posted by corzo on Dom, 2014-12-07 15:05