UNA NECESARIA LECCIÓN DE REALIDAD

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  • Alfonso Díez
Posted: Dom, 2020-11-29 10:53

UNA NECESARIA LECCIÓN DE REALIDAD

Hay libros con muchas páginas que dicen poco por reiterativos en su contenido, y que se podrían reducir a menos de la mitad diciendo lo mismo, evitándonos dedicarles más tiempo del que merecen. Otros, sin embargo, más modestos en extensión, condensan en sus ajustadas páginas mucho más conocimiento, experiencia y propuestas que dan para reflexionar, hablar y discutir ampliamente. Son los buenos, pues se quedan con nosotros.

Es el caso del reciente libro de Corzo, Con la escuela hemos topado. Y unas notas de teología de la educación¹ (el subtítulo corre el peligro de pasar desapercibido y, sin embargo, es crucial) que te obliga, sin empujar, a varias y atentas lecturas, acompañándote como un amigo con el que dialogar. Introducirse en él exige prestar mucha atención,  porque su estilo es directo, ilustrado y radical (que va a la raíz; no extremista, quiero decir), que te provoca a intervenir, a cuestionarte y no quedarte callado o pasivo, mientras lo vas leyendo. Lo de radical se lo debo a mi hijo Javier al que un día le espeté: «Toma, lee esto último de Corzo a ver qué te parece y me lo dices». Varias semanas más tarde me lo dijo: «Es radical y valiente, difícil de asumir por unos y otros que tanto hablan de pacto educativo » y no se sientan –añado yo- a intentar redactar, por fin, una ley educativa consensuada y estable. 

A la escuela se le suele pedir demasiado y de eso se quejan los docentes. Con excesiva facilidad se mete en ella de todo, como en un cajón de sastre que acaba convirtiéndose en un desastre de cajón. Cada vez más materias diferentes a impartir en menos tiempo y todas ellas exigiendo su relevante lugar en el currículo, nada de marías. ¡Hasta se le pide que eduque!, y que lo haga, además, a gusto de los padres, ofreciéndoles una amplia y variada carta de servicios educativos, como si fuera un  gran supermercado. Los centros docentes, no sólo los privados y concertados, sino hasta los públicos, lo han asumido y se han lanzado a una competencia feroz bajo el marchamo de la calidad educativa –que no se sabe muy bien qué es- y, ¡hala! a cazar clientela. Entre tanto, el profesorado se siente agobiado por el peso de tanta responsabilidad: ¿enseñantes y educadores al mismo tiempo? ¡Demasiado para el cuerpo!

«La educación de mi hijo/a la elijo yo», declaran sin rubor muchos padres y, por tanto, lo mandan al colegio que mejor se lo eduque, que no suele ser, precisamente, uno de la red pública ubicado en el medio rural o en un barrio modesto con un alumnado especialmente diverso, supuestamente problemático. La libertad de elección, tan reclamada por muchos como un derecho fundamental se reduce, en la práctica, a la libertad de los que pueden elegir. O sea, al mantenimiento de un privilegio. Claro que a nadie se le impide entrar en una superficie comercial, pero ¿todos pueden adquirir lo que necesitan o desean? Evidentemente, no. Pues bien, a esto, extrapolado a la enseñanza, los más privilegiados le llaman “derecho de elección de centro”, que dicen –y no es verdad- está en la Constitución. Una falacia que a fuerza de repetirla pasa por una verdad socialmente aceptada. No en vano el Papa Francisco, sensible y atento a estas cuestiones, ha señalado certeramente que “la escuela huele a dinero” y “necesita una urgente autocrítica”, dirigiéndose especialmente a quienes la han convertido en un negocio y/o un lugar de proselitismo religioso o ideológico. De esto escribe ampliamente Corzo en el libro.         

A mí, maestro ya jubilado, siempre me ha abrumado la palabra educador, me sigue tirando para atrás. También como padre, y como tantos otros,  he hecho lo que he podido-sabido y no siempre oportuna ni adecuadamente. Muchos más errores que aciertos me alejan de cualquier pretensión de ejemplaridad. Menos mal que, al final, son los hijos los que mejoran a los padres, aceptándolos y perdonándolos. Como muchos alumnos a sus maestros si entre ellos hubo una positiva  influencia mutua, por pequeña que fuera, a menudo nada fácil, que trasciende la mera relación profesor-alumno. Así que, ¿quién educa a quién?, como preguntaba un reciente programa de la televisión pública. Algo hemos avanzado, puede pensarse, pues la pregunta no repite el consabido esquema de la clásica y vertical relación entre educador y educando, limitándola, además, al ámbito escolar o académico.

La respuesta a esta pregunta recorre todo el libro de José Luis Corzo a partir de la célebre afirmación de Paulo Freire: «Ahora nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí mismo; los hombres se educan en comunión, mediatizados por el mundo»². Una respuesta a la que Corzo ha dedicado mucha reflexión, tiempo y libros, como si fuera suya, por el énfasis, el empeño y la convicción que pone en ella. Influido también, sin duda, por su otro gran maestro, Lorenzo Milani, que en sus escritos y praxis pedagógica sostenía lo mismo que Freire, añadiendo a la concientización freiretiana el ingrediente del amor, como recuerda Corzo en la p. 58: “El axioma pedagógico de don Milani y de tantos otros maestros es cierto: «no se puede educar sin amar»”. Benditas respuestas que nos humanizan y nos liberan, especialmente a los maestros, del peso insoportable rol “educador”: «A los profesores honestos que rechazan educar, cuando su preparación y su oficio es enseñar no les exigiremos una vida ejemplar ni realizar una tarea imposible» (p. 66). 

De ahí la insistencia de Corzo en distinguir dos conceptos con límites imprecisos, que se suelen mezclar y utilizar indistintamente como si fueran sinónimos: instrucción y educación. No parece una ambigüedad inocente o irrelevante, sino más bien interesada. Al equiparar instrucción o enseñanza con educación, más aún, al sustituirlas por ésta, se les da una dimensión excesiva que nos les corresponde y, por otro lado, luce bien en los retóricos preámbulos de las leyes educativas. Pero, sobre todo, atribuye a las instituciones docentes, públicas o privadas, lo que corresponde a otros ámbitos más propios e idóneos como son la familia, las relaciones interpersonales, el amor, la amistad, la solidaridad, el crecimiento o maduración personal, la cultura, las tradiciones, el trabajo, los valores ético-morales, los símbolos y los ritos,  los desafíos y decisiones importantes, las experiencias personales, los viajes… La vida  misma con todas sus contingencias.

Y todas estas cosas -¡casi nada!- quieren que las proporcione la escuela en el mismo paquete, comprimidas y adaptadas para su mejor asimilación, como se hacía con las obras clásicas para niños, con el fin de dirigir y educar a los jóvenes para una sociedad competitiva, y salgan clonados, identificados y acríticos con el statu quo que fomenta el arribismo y el sálvese quien pueda, y con la anuencia de unos padres ansiosos por que sus hijos no pierdan el tren de la promoción social. 

En este sentido la referencia a los Desafíos, relaciones y símbolos del capítulo Auxiliar 1: «Nadie educa a nadie» me parece tan oportuna como necesaria, por insólita o infrecuente en los libros de pedagogía, y especialmente hermosa. Me recuerda el diálogo entre el Principito y el zorro acerca de la importancia de crear lazos y la necesidad de los ritos ³. Y sin nada de estos tres elementos educativos que considera Corzo (p.65) en el currículo escolar o académico, esenciales, como los mitos y las religiones, para explicar el mundo y la realidad, ¡cómo se puede hablar de educación!     

Decía al principio que el subtítulo me parece crucial pues al profundizar en el fenómeno educativo y sublimarlo hasta el punto de proponer una Teología de la Educación, nos lleva a una dimensión que trasciende cualquier intento de polemizar sobre las diversas redes de la enseñanza: pública, privada o concertada, y sus clásicos enfrentamientos, con el peligro que eso supondría de reducir el libro a un alegato en pro o en contra de cualquiera de ellas. Corzo elude hábilmente meterse en ese charco demasiado manido, sin por ello dejar de expresar su opinión ni ahorrarse críticas al respecto, sobre todo hacia los suyos, no sin cierto dolor como revelan las siguientes y emotivas palabras: «Tengo la sensación de pertenecer a un sector eclesial que se ha ahorcado a sí mismo. Si no fuera por las muchas obras silenciosas de la vocación docente surgidas en la periferia, casi perdería la esperanza» (p. 147), pero apoyándose en testimonios del propio Papa Francisco, antes mencionados, y en la convicción de dialogar más que nada con el discrepante a la luz de lo que pedagógicamente aporta el Evangelio. Toda una novedad que, para un profano como yo, merece resaltarse y celebrarse, por ese esfuerzo de acercar laicidad y cristianismo desde el ámbito de la educación.

Y, al final, la narración sincera de una apasionante aventura que da sentido a toda una vida, de una auténtica utopía hecha realidad. Un ejemplar botón de muestra en medio y a contracorriente de la escuela católica que precisa de una profunda revisión: la Casa-Escuela Santiago Uno, una auténtica “Barbiana española” a punto de cumplir nada menos que 50 años: su nacimiento, su puesta en marcha, la pedagogía y didácticas de Barbiana, los educadores, el pleno tiempo, la convivencia,  la responsabilidad, las tareas domésticas, los talleres, la lectura en corro diaria de la prensa diaria, la escritura colectiva, las redacciones, los viajes, el dejarse preguntar, la profesión de agricultor, que no es una condena… con el apoyo posterior de la otra joya milaniana y salmantina, la Granja-Escuela Lorenzo Milani, y sus 40 años de vida, el espléndido y saludable presente de ambas por estar en buenas manos, y el futuro esperanzador de un proyecto igualmente apasionante y solidario. Y es que, a fin de cuentas, con quien nos topamos realmente es con la vida y sus desafíos.   

NOTAS:

¹ Corzo, J. L., Con la escuela hemos topado. Y unas notas de teología de la educación, PPC, 2020, 248 pp.

² Freire, P, Pedagogía del oprimido, Siglo XXI, 40ª edición, 1988, p. 90.

³ Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Alianza Editorial/Emece, 14ª edición, 1979, cap. XXI, pp.82-84. 

Alfonso Díez. Noviembre, 2020