Mi agradecimiento al Premi Mestres 68
Girona, 25.5.2018
José Luis Corzo, SchP
Universidad Pontificia de Salamanca
Es de bien nacido ser agradecido. Mi madre me repetía que podrían llamarme cualquier cosa, menos desagradecido. Y siempre lo he procurado, hasta hoy, que agradezco un premio que me supera y casi me avergüenza: yo no conocía la asociación Mestres seixanta-vuit, y verme entre tantos otros premiados antes y hoy – algunos que conocía y estimaba desde hace años – me abruma. Gracias. Muchas gracias.
La carrera de un pedagogo y hasta la de un maestro o profesor nunca suele ser brillante del todo. Primero, porque cada docente reconoce en su interior, mientras le alaban, muchos de los fallos y errores cometidos con sus propios alumnos. Segundo, porque el mundo de la educación siempre está “en obras”, exigidas por las cifras alarmantes del fracaso escolar, y por dudosas y constantes innovaciones y resistencias insuperables.
Con decirles, que quien yo considero el más grande de los pedagogos del siglo XX – no Lorenzo Milani, como alguno podría suponer, sino – Paulo Freire, no ha logrado en estos cincuenta años, desde su Educación como práctica de la libertad, ¡que es todo un título!, ni desde su Pedagogía del oprimido, que también lo es, porque – a mi entender – oprimido no restringe, sino generaliza lo que somos. Pues bien, Freire, digo, durante 50 años de admiración y seguidores, no ha logrado convencernos de que “nadie educa a nadie, ni siquiera a sí mismo…”, sino que nos educamos juntos.
Pero, erre que erre, seguimos con la monserga de educar al prójimo, a base de idearios (pura ideología), de competencias básicas (tan nuevas que olvidan las perennes, como amar y ser amado) y a base de mil didácticas y tecnologías nuevas (que se juegan el bien leer, escribir y contar de toda la vida).
Y así llego hoy a vuestra universidad y a vuestro premio, tras una vida entera empeñado en compartir, casi en vano, lo que aprendí en Milani y en Freire: primero, que nos educamos juntos al hacer frente a los desafíos de la vida colectiva. Sin más remedio ni camino.
Segundo, que educir, o crecer como personas, educar(NOS), se logra a base de nuestras relaciones con eso otro (el mundo), con todos esos otros y hasta con el totalmente Otro. ¡Poco que ver con instruir y aprender cosas en la escuela! Por eso hay eruditos muy mal educados y analfabetos prodigiosos.
Tercero, que el genio pedagógico, tanto de Milani como de Freire, los guió hacia la convergencia de la instrucción escolar con la trama de esas hondas relaciones personales que tejen nuestras vidas. En ambos autores – que se ignoraron, aunque contemporáneos – hay un matiz esencial: proponen apalabrar los desafíos colectivos, llamarlos por su nombre, meterlos en “el redil del ser” que es la palabra (Heidegger dixit), en un mundo cada vez más nombrado por otros. Así llamados, respondemos a ello, a ellos y a Él. Y así en/redados, existimos y nos educamos juntos.
Y cuarto. Quién sabe si me permitís y si debo, aquí hoy en la laica academia pedagógica catalana gerundense, ofrecer con humildad la raíz humanista de estos dos autores (y mía). Su antropología ve al hombre como un “oyente de la Palabra” (K. Rahner), “por la que todo se hizo y sin la que nada se ha hecho” (Jn 1,3). Esa Palabra primordial que se dirige siempre a cada ser humano, en medio de la maraña relacional que trama nuestra historia. La que nos hace seres responsables, como lo fue aquel ser excepcional, Jesús de Nazaret (que respondió por todos), en quien la Palabra se hizo carne: no ya porque dijera a Dios, sino también por volver a nombrar este mundo.
Os agradezco mucho poder compartir hoy con vosotros esta pasión mía de bruñir la superficie pedagógica – no didáctica, claro – del Evangelio. La Teología de la educación, poco cultivada, podría sentarse también en la Academia: no aporta dogmas, sólo una fenomenología secular del desarrollo humano, en óptica cristiana. Como los autores del concilio Vaticano II escribieron: “somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos” (GS 55). No es un postulado religioso o moral, es otra comprensión del fenómeno educativo.
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