UNA DE PADRES TOCAPELOTAS
Hace unos años, los conflictos que se producían en los colegios se atribuían principalmente a los alumnos de la enseñanza secundaria. Por entonces, en 1998, Educar (NOS), que empezaba a andar, abordó en su número 2, con gran valentía y mucho realismo, la controvertida cuestión en un monográfico que titulamos sin tapujos: “Disciplina, agresividad, me llaman puta”. Un número muy participativo, directo y, diríase, políticamente incorrecto, pero especialmente útil. Todavía suelo echar mano de él para repasar conceptos, retomar análisis y, sobre todo, recordar las valiosas herramientas y estrategias pedagógicas que se proponían, desde diferentes puntos de vista y, por supuesto, desde las claves de Barbiana que se encuentran en Carta a una maestra. Ocho años más tarde, en 2006, retomamos el tema en el nº 33: “Violencia en las aulas”, en el que se analizaba la difícil convivencia escolar, la mediación educativa, el creciente acoso entre iguales o bullying, el agotamiento psicológico del profesorado y las soluciones oficiales a través del Plan para la Convivencia Escolar.
Pero de un tiempo a esta parte, los conflictos escolares se han agravado por la irrupción de los padres de alumnos en los centros docentes, no precisamente para ayudar a solucionarlos, como sería participando más en los Consejos Escolares y en las AMPAS, sino para incordiar y echar más leña al fuego. El desencuentro entre padres y docentes es cada día mayor. De manera que, sin ánimo de cargar la tintas sólo en el sector de los padres y descargárselas al profesorado, que obviamente tiene su parte de responsabilidad, podemos afirmar, que ahora, el peligro no está sólo en los chicos, sino mayormente en sus progenitores. Educar(NOS) siempre atento a la actualidad, también les ha dedicado varios números: el 9 (“Coles y padrimadres”) de 2000, el nº 27 (“Pierinos y Borjamaris”) de 2004, y el 56 (“Escuela y Familia”) de 2011.
Lo cierto es que ya resulta frecuente que el profesorado se convierta en una especie muñeco de feria del pim, pam, pum, contra el que dispara todo quisque. Desde un mocoso de 8 años que molesta y amenaza a su maestro o maestra con salidas como: “No me grites ni me toques (tocar, no pegar), que te denuncio” hasta un padre o madre que se planta en el colegio sin más (saltando la valla si es preciso) y le suelta un par de sopapos a la maestra o al director por vaya usted a saber qué le contó su angelito, y se vuelve para casa orgulloso de su hazaña, pasando por las agresiones verbales y físicas del adolescente de secundaria, con las hormonas desbocadas de sus 14 ó 15 años. ¡Qué oirán esos niños de la boca de sus padres respecto de la escuela y los maestros! Así que la autoridad del docente está ya por los suelos antes de empezar el día. No tiene que demostrarla, sino recuperarla. Y si contamos lo que, al respecto, se ve en las series y programas chorras de televisión, potenciado con declaraciones irresponsables que cada dos por tres sueltan los políticos demagogos sobre la libertad, el respeto y la protección a los niños, la bola de nieve de la sinrazón se hace imparable.
La última pirula paternal salía en los periódicos de ayer. La justicia, esta vez, por fin, le daba la razón a un maestro que miró el contenido sexual del móvil de un alumno, sin permiso de éste, claro, previa denuncia de una compañera del chaval. El padre ni corto ni perezoso lo denunció, al colegio, al director y al sursuncorda. Cuando leo o escucho noticias como ésta, que abundan más de lo deseable, me acuerdo de unas declaraciones de nuestro amigo Francesco Tonucci, ilustre pedagogo y dibujante italiano, en las que afirmaba que "los padres se han convertido en los sindicalistas de sus propios hijos". En efecto, noticias así reflejan muy bien el grado de estupidez que han alcanzado muchos padres o sectores de la sociedad, que van de "modernos". Que no se entienda algo tan sencillo como que el móvil no se ha de usar en el aula ni en el colegio, y que, encima el padre (muchos padres) denuncie al centro docente y al maestro por requisárselo al alumno, y mirar su contenido, como medida preventiva y pedagógica elemental, es tan incomprensible, tan absurdo, tan irritante, que dan ganas de darle una colleja al padre por imbécil y fantasmón. ¡Pobre muchacho!
- blog de Alfonso Díez
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Comentarios
1 comment postedCollejas no se pueden dar desde una ley que sacó el gobierno Zapatero en el 2007, según la cual ni siquiera los padres pueden ya pegar a sus hijos. Anteriormente, el código Civil daba atribuciones a los progenitores para que les "corrigieran razonablemente", pero ahora, por ley, ya las correcciones razonables han de ser sin recurrir al contacto físico. Hace tiempo que no veo a ningún padre pegar a un crío por la calle. Esa ley va a ser la perdición del país. Una de las perdiciones que ya padecemos, vaya.
Y claro, como no se puede pegar a los hijos (imagino que alguno les seguirá pegando en casa, pero procurando que los vecinos no lo oigan), hay que recurrir a otros métodos educativos. Eso está bien en el sentido de que estimula la investigación y la creatividad correctiva, pero está mal en el sentido de que muchas veces no se investiga ni se crea, sino que se opta por pasar ya del asunto, vistga la dificultad y la falta de tiempo; y además ocurre que, me temo, en ocasiones la única vía idónea de corrección era la colleja, y, como no se da la colleja, el retoño se queda sin educar. Con lo cual, algunos padres toman la estrategia de situarse de parte del chaval, "si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él". Sólo tras una larga sesión de terapia con el docente llegan a veces a derrumbarse y prorrumpir en sollozos -tras una inicial prepotencia defensora y justificadora-, declarando que el asunto les supera hace tiempo.
Y así vamos. Y el drama es que, en este contexto, hace falta ser un docente muy valiente para sugerir a un padre, a una madre, "péguele usted algo, que tampoco le va a pasar nada".