Título | Se llama lección porque se lee |
Tipo de publicación | Journal Article |
Autores | Fernández, G, Corzo, JL |
Revista | Educar(NOS) |
ISSN | 1575-197X |
Ejemplar | Los viejos maestros |
Año de publicación | 2009 |
Volumen | 2 |
Páginas | 14-16 |
Número | 46 |
Fecha de publicación | abr-jun/2009 |
Editorial | Grupo Milani |
Lugar de publicación | Salamanca |
Tipo de Artículo | herramientas |
Full Text | SE LLAMA LECCIÓN PORQUE SE LEE
Gerado Fernández y J.L. Corzo (M)
El catedrático salmantino muchas veces llegaba en caballo o en burro hasta la Universidad o el Colegio donde tenía su cátedra. Solía llevar su rollo a la espalda, metido en la aparente capucha de la muceta que le cubría los hombros. Ya en el aula, preparaba la atención de sus oyentes con el pre-texto, o prae-lectio y, después leía – es de suponer – muy biennnn, despacio, respirando tranquilo, sin más ademanes ni teatro que el texto mismo, señores, el texto de algún maestro, tal cual lo había punteado un día su autor y era capaz ahora de sonorizarlo su lector. Luego, enrollaba el pergamino y seguían la quaestio y la disputatio. Así, como debe ser, con solemnidad y entre todos. ¡La clase no se da! ¡La clase se celebra! … ¡¡¡Como una fiesta, como un acontecimiento, como un convite, sobre todo, como un encuentro!!!
Lecciones de los maestros se llama el libro de George Steiner (Siruela, Madrid 2003), cuya lectura embelesa tanto que la sola idea de recoger alguna cita supone un gran suplicio. Tomaremos sólo la obertura inicial.
La herramienta consiste en que tú, lector de Educar(NOS), te dejes convencer y solo musites en voz semi-alta estos tres textos, por ejemplo, para notar – igual que lo han hecho los mejores maestros de la historia – que, en realidad, no se enseña cuando uno enseña, sino que siempre se aprende de otro con los alumnos:
UNO
“Después de pasar más de medio siglo dedicado a la enseñanza en numerosos países y sistemas de estudios superiores, me siento cada vez más inseguro en cuanto a la legitimidad, en cuanto a las verdades subyacentes a esta «profesión». Pongo esta palabra entre comillas para indicar sus complejas raíces religiosas e ideológicas. La profesión del «profesor» – este mismo un término algo opaco – abarca todos los matices imaginables, desde una vida rutinaria y desencantada hasta un elevado sentido de la vocación. Comprende numerosas tipologías que van desde el pedagogo destructor de almas hasta el Maestro carismático. Inmersos como estamos en unas formas de enseñanza casi innumerables – elemental, técnica, científica, humanística, moral y filosófica –, raras veces nos paramos a considerar las maravillas de la transmisión, los recursos de la falsedad, lo que yo llamaría – a falta de una definición más precisa y material – el misterio que le es inherente. ¿Qué es lo que confiere a un hombre o a una mujer el poder para enseñar a otro ser humano? ¿Dónde está la fuente de su autoridad? Por otra parte, ¿cuáles son los principales tipos de respuesta de los educados? Estas cuestiones desconcertaron a san Agustín y aparecen con toda su crudeza en el clima libertario de nuestra propia época.
Simplificando, podemos distinguir tres escenarios principales o estructuras de relación. Hay Maestros que han destruido a sus discípulos psicológicamente y, en algunos raros casos, físicamente. Han quebrantado su espíritu, han consumido sus esperanzas, se han aprovechado de su dependencia y de su individualidad. El ámbito del alma tiene sus vampiros. Como contrapunto, ha habido discípulos, pupilos y aprendices que han tergiversado, traicionado y destruido a sus Maestros. Una vez más, este drama posee atributos tanto mentales como físicos … La tercera categoría es la del intercambio: el eros de la mutua confianza e incluso amor (“el discípulo amado” de la ültima Cena). Es un proceso de interrelación, de ósmosis, el Maestro aprende de su discípulo cuando le enseña. La intensidad del diálogo genera amistad en el sentido más elevado de la palabra. Puede incluir tanto la clarividencia como la sinrazón del amor. Consideremos a Alcibíades y Sócrates, a Eloísa y Abelardo, a Arendt y Heidegger. Hay discípulos que se han sentido incapaces de sobrevivir a sus Maestros”.
G. Steiner, Lecciones de los maestros (Siruela, Madrid 2003) pág. 11-12.
DOS
Albert Camus (1913-1960) premio Nobel de Literatura en 1957 escribió nada más que pudo a su maestro:
“Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le abrazo con todas mis fuerzas”.
Albert Camus 19 de noviembre de 1957
TRES
“A todos los que hoy imputan la constitución de bandas solo al fenómeno de las banlieues, de los suburbios, les digo: tenéis razón, sí, el paro, sí, la concentración de los excluidos, sí, las agrupaciones étnicas, sí, la tiranía de las marcas, la familia monoparental, sí, el desarrollo de una economía paralela y los chanchullos de todo tipo, sí, sí, sí... Pero guardémonos mucho de subestimar lo único sobre lo que podemos actuar personalmente y que además data de la noche de los tiempos pedagógicos: la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende, perdido en un mundo donde todos los demás comprenden.
Solo nosotros podemos sacarlo de aquella cárcel, estemos o no formados para ello.
Los profesores que me salvaron – y que hicieron de mí un profesor – no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más... Y acabaron sacándome de allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida”.
Daniel Pennac, Mal de escuela (Mondadori, Barcelona 2008) pág. 36. |
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